El verano, según la filosofía oriental, es la estación de máximo crecimiento y expansión y corresponde al elemento del fuego.
Es el máximo del yang en relación a la trasformación de la energía.
El Corazón y el Intestino delgado son los órganos que están asociados con el fuego y el verano.
En el mundo vegetal, en el verano los frutos maduran, en el cosmos el sol está alto y caliente, en el organismo la energía es más superficial y el sudor lleva el Qi al exterior.
La naturaleza del poder del Fuego es su capacidad transformadora. Es el agente de los cambios rápidos e irreversibles. El fuego a través de la destrucción de la forma obtiene la pura esencia del espíritu. Simboliza el renacimiento gracias a la desintegración.
El hogar en las casas ha sido tradicionalmente el centro de la vida social donde se manifiesta el sentimiento de comunidad y se exhibía la creatividad contando historias y cantando canciones. El calor y el bienestar del fuego animan a relajarse y a sentirse unidos. Los movimientos de la luz inducen un estado de paz y creatividad.
Cuando el fuego arde con fuerza y altura tiene un efecto más excitante. Su calor, movimiento y energía alimentan las pasiones. El fuego siempre acompaña los motines y rebeliones.
Los dos aspectos del Fuego se hallan expresados en la medicina oriental.
Por una parte, los meridianos del Fuego encarnan la luz, el resplandor y sensibilidad del Espíritu que contiene la conciencia humana; por otra parte, el Fuego existe a veces en el cuerpo como una energía destructiva incontrolada, que se alimenta de las emociones.
(Fuentes: C. Beresford-Cooke “Teoria y Practica del Shiatsu” Ed. Paidotribo, Barcelona 2012)